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Caballos negros, ropa ajustada, larga melena y exhibiciones de virtuosismo dignas de alguien que hubiera pactado con el Diablo. Paganini y su circo mediático del XVIII.

 

Hay músicos que consagran su vida a un instrumento, sacrificando su vida personal en pos de la música. Otros se preocupan más por su aspecto, su imagen en general y definir mucho cada movimiento sobre el escenario para reforzar su “arquetipo musical”.

 

Muchos artistas de diferentes épocas se han preocupado en crear personajes sobre su figura: El atuendo colegial de Angus Young, las pañoletas de Axl Rose, las guitarras personalizadas de Steve Vai, el filete de carne fresca en la cabeza de Lady gaga, los litros de sangre de Gene Simmons con Kiss… Todos ellos buscaban destacar y desmarcarse del resto, al margen de su aportación puramente musical.

 

Resultado de imagen de paganiniPero para encontrar al precursor de este tipo de movimientos tenemos que viajar a la Italia de finales del XVIII, concretamente a Génova, lugar de nacimiento del mayor virtuoso del violín de la historia; Niccoló Paganini.

 

Pese a que a los dieciséis años ya era considerado un maestro del violín y había sobrepasado a todos sus maestros, su leyenda empieza con las convenciones sociales, en donde sus “estrambóticas” apariciones se convierten en grandes congregaciones de gente esperando a ver con qué locuras les sorprendía en cada nueva actuación.

 

Con 15 horas de práctica diarias sobre el instrumento, su virtuosismo se dispara hasta niveles sobrehumanos a la edad de 20 años y los rumores empiezan a hablar de “pacto con el diablo” o de “hombre sin alma” entre los círculos sociales de una Italia volcada en la música en pleno auge neoclásico.

 

Paganini, que era un hombre con un afinado sentido del humor y un apasionado de las apariciones en público, lejos de apagar dichos rumores decidió alimentarlos poniendo todo de su parte en la creación del personaje.

 

A partir de entonces diseñó un vestuario con el negro como único color, con predominancia del cuero y prendas ceñidas que le hicieran verse aún más esbelto y ágil. Empezó a escribir temas tan complejos que sólo él fuera capaz de ejecutar y a practicar coreografías de danza aprovechando la movilidad que el violín le permitía sobre el escenario.

 

Tocar con el violín a la espalda, haciendo piruetas o sujetando el arco con la boca empezaron a ser recursos habituales en sus actuaciones. Alimentando la leyenda de “músico del diablo” y captando a todo tipo de público que quería ver sus excentricidades y sus “looks” sin importar si eran amantes de la música o no. Se ganó a pulso su sobrenombre de “El Violinista del Diablo”.

 

Por si fuera poco, Niccoló fue añadiendo elementos a su espectáculo, encargando un carruaje azabache tirado por elegantes caballos negro pura sangre para que todo el mundo le viera llegar melena ondeante al viento y a lo grande a sus eventos. Digno de un seguidor de Satanás y de una estrella de rock de nuestros días.

 

Las mujeres se desmallaban, los varones protestaban y rumoreaban pero todo el mundo quedaban deslumbrado por el arte y el saber hacer de un artista que se adelantó a su época unos 150 años y sentó la base de las estrellas de la música actuales.

 

Un modelo de negocio que arrasaba en taquilla y llenaba teatros. Una personalidad que todo el mundo quería conocer y sin duda trascendió a la música y cuya leyenda seguirá viva eternamente.

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