Vemos una playa rocosa. Sobre los cantos rodados hay unas cuantas gaviotas. Parecen tranquilas. Vemos a Núria Graham alejarse de espaldas. Mira atrás. Cambia el plano hacia un pequeño pesquero que se aleja del puerto. Hay gente de distintas edades bebiendo en el bar y no parecen demasiado tristes ni demasiado felices. Hace bastante viento y los paisajes parecen congelados en otro tiempo. El vídeo para la canción “Connemara” contiene algunas de las claves de entrada a “Marjorie” (Primavera Labels, 2020): Personajes que aparecen y desaparecen, la nostalgia por las cosas que no vivimos, los bares, pertenecer siempre a los sitios que dejamos y ajustar las cuentas con uno mismo imaginando las historias de personas que parecían estar pasando por allí.
El tercer disco de Núria Graham arranca despidiéndose de su Irlanda natal para adentrarse en una especie de árbol genealógico donde se confunden los personajes reales y los inventados. Así encontramos a su abuela Marjorie a la que nunca conoció, a una misteriosa Shirley o la triste bebedora Hazel, tres mujeres que siguen engrosando la lista de personajes memorables que han ido apareciendo en sus canciones, pero aparecen también otras voces para las que Núria Graham actúa casi como un médium: su tío Niall Graham, autor de la canción “No returning”, o sus amigos Power Burkas a quienes responde en “Toilet Chronicles”.
El disco contiene alguna de las canciones más redondas de su carrera, escritas originalmente a piano, caja de ritmos y voz, pensando en clásicos como Todd Rundgren, Carole King o Joni Mitchell y en algunos de sus herederos como Cass McCombs o Angel Olsen. Un espejo que devuelve una imagen a medio camino entre el soft-rock de atmósferas enrarecidas y el soul líquido en forma de 10 canciones arregladas por ella y Jordi Casadesús, y tocadas por ambos junto a sus inseparables escuderos, Aleix Bou y Artur Tort.