Están de moda los 80; hasta las hombreras femeninas vuelven. La música la tenemos incluso en la sopa. Analizamos el por qué de esta tendencia que nos hace revivir el Boom de la sociedad de consumo.
Si nos ponemos a pensar en qué nos trajeron los años 80 parece que todo fue maravilloso; el estado democrático, la libertad sexual, la “movida” musical, la normalización del gallego, el pop elaborado, los yupis, las vacaciones en el caribe, Oliver y Benji… Si además sabemos que la memoria tiende a quedarse sólo con lo que le gusta es aún peor y la mayoría de la gente piensa que los 80 fueron los mejores años de la historia de la humanidad.
Cuando escuchamos música de los 80 nuestra mente nos lleva de viaje a una serie de iconos como los antes citados y nuestras emociones se nublan con imágenes y recuerdos de una sociedad en la cúspide. Una sensación de falso bienestar y añoranza inunda nuestro juicio dando un valor irreal a la música y las tendencias de la época. ¿Y por qué nos pasa esto? Veamos:
1. Vivimos un mundo en el que el tiempo es relativo y la celeridad se ha apoderado de nosotros. Las cosas que antes llevaban años ahora se consiguen en meses o semanas, a veces incluso días. Un grupo puede grabar un tema nuevo un lunes y el viernes haberse convertido en un “super hit” en las antípodas. Eso y el avance descomunal de la tecnología, que no nos permite valorar cada nuevo descubrimiento porque el siguiente ya está en la línea de salida.
2. Vivimos en un mundo en crisis (o eso parecen estar dispuestos a hacernos creer). La sensación de inestabilidad y de que nunca estaremos tan bien como en tiempos pasados se apodera de la masa social. La estabilidad económica y sentimental se ha convertido en el deseo más anhelado por la mayoría. La frase “cualquier tiempo pasado fue mejor” cobra un nuevo sentido y la gente parece no querer acostumbrarse a este tiempo cambiante que nos ha tocado vivir.
3. Vivimos en un mundo heterogéneo y no nos gusta. Pese a lo que pueda parecer a la mayoría de la gente no le gusta la diversidad. En los ochenta había mucha gente que pensaba parecido, menor variedad sexual (o al menos que se supiese), menor oferta política, religiosa, televisiva… Eso hacía que la gente tuviese objetivos y perspectivas comunes. Una menor diversidad hacía entender que todos éramos más parecidos y fuese más sencillo relacionarnos. Suena mal pero es una realidad. Aún hoy existe la obsesión de buscar temas comunes en los círculos y comunidades.
4. La sensación de un mundo en guerra y una sociedad violenta. El sensacionalismo en la prensa cada día es más palpable. Cumplen su función en la maquinaria social moderna, que es la de atraer audiencia para instalar en ellos el miedo. En base a lo que atrae público los medios tienden a realzar y abusar de las noticias violentas y especialmente trágicas, dejando totalmente al margen las novedades sobre ecología, autoconsumo, avances médicos… No me extraña que la gente se pase el día viendo vídeos de gatos en facebook con este panorama.
Estos factores de actualidad contrastan con la idea que tenemos en nuestras mentes de los ochenta. Recordamos un mundo en el que el tiempo transcurría despacio, la gente tenía dinero para emprender sus empresas y había posibilidad de conseguirlo trabajando. Recordamos una sociedad unida yendo en una misma dirección, una religión común, una vida despreocupada… Y a través de la música revivimos esa sensación de falso bienestar. Un refuerzo emocional que pesa más que la calidad musical de una época. La gente no quiere experimentar cosas nuevas en materia musical; se ha acomodado, quiere cosas que conoce y en el caso de la música de los 80, que les transporte a un momento en el que “todos éramos felices“.
Pero ojo, la realidad es muy distinta a como la recordamos. Tan sólo hay que pensar que los medios estaban controlados por una única empresa; la libertad de prensa era una ilusión, la guerra fría ocultaba la realidad sobre el estado militar, las personas alejadas del estándar social eran tratadas como parias; gays, transexuales, modernos, gitanos, no blancos, emigrantes, drogadictos… tenían que vivir ocultos o eran la vergüenza de sus familias.
En el panorama musical pronto olvidamos casos como el esperpento de Milli Vanilli, la farsa de Technotronic o el nacimiento de grupos como New Kids on The Block. En España tenemos casos directos como una artista que triunfó con uno de los peores temas de la historia (Boys, boys, boys) porque sacaba una teta al aire en el escenario o como contraste grupos infantiles como Parchís copaban las listas de ventas de vinilos de la época.
Mi consejo de hoy es que toca adaptarse a los tiempos. Vivir anclados en un tiempo que no nos corresponde es absurdo. Salgan a la calle, disfruten de la diversidad. Abran los ojos; tenemos a grupos de funky, soul, RnB, rock, electrónica downtempo, hip hop… buenísimos. Mucho mejores que toda esa leña seca que nos meten cada día en algunas emisoras de música ( de ascensor ). Salgan a descubrir la vida. Vivimos en un mundo que nos acepta como somos; que le da igual si somos homosexuales, si somos asiáticos, si jugamos a rol o si nos gusta tatuarnos hasta el último centímetro de piel. Dejemos de juzgarnos a nosotros mismos y empecemos a respirar los nuevos tiempo.
La coherencia entre lo que somos y lo que nos ha tocado vivir es una de las claves para alcanzar la felicidad. Dejen el pasado donde está y dejen de acudir a conciertos homenaje, porque el verdadero homenaje lo merecen los artistas que cada día pelean por crear cosas nuevas que nos hacen sentir. No les den la espalda; ellos son nuestro presente y escuchándoles seremos partícipes de crear nuestra realidad.